lunes, 3 de octubre de 2011

Gottlob Wilhelm Liebniz

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INSTITUTO SUPERIOR DE ESTUDIOS ECLESIASTICOS
Filosofía del Conocimiento I
Profesor Titular: Pbro. Dr. Alfredo Vargas Alonso
Adjunto: César Humberto Acuña Espinoza



LECTURA DE TEXTOS IMPORTANTES EN EL DESARROLLO
HISTORICO DEL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO
 

Gottlob Wilhelm Liebniz
           
            Filósofo alemán nacido en Leipzig el 21 de enero de 1646, hijo de un abogado y profesor de filosofía. A decir verdad, su carrera académica inició a muy temprana edad, pues entro a la Universidad de Leipzig a la edad de 15 años, lugar donde presentó en 1663 su tesis De principio individui. De 1663 a 1667 estudió matemáticas y jurisprudencia en Altdorf. Una de las etapas más importantes de su vida fue el período de viaje que tuvo lugar durante los años: es precisamente en este tiempo en el que termina de consolidarse su amor por las matemáticas[1] gracias a Christian Huyghens, y en el que hace importantes lazos con personajes como Collins el amigo de Newton; Etienne Périer, sobrino de Pascal que le confía algunos textos inéditos de su tío; Malebranche, Tschirnhaus, Spinoza y Leeuwenhoek. Cambia el mecanicismo frío por la dinámica y además abraza la firme convicción de que en la óptica la luz sigue la trayectoria marcada por el mejor de los caminos posibles, fundando así los gérmenes de su idea del mejor de los mundos posibles.[2] Muere el año de 1716.
            Antes de iniciar con lo propio de la asignatura será conveniente introducir a vuelo de pájaro el sistema leibniciano. Lo sorprendente del pensamiento de Liebniz es la continuidad en el desarrollo de su sistema, es decir, una idea se transforma, se concilia, con nuevas ideas, pero jamás es abandonada, a pesar de la pluriformidad casi ecléctica de su pensamiento –de hecho, lo complicado de estudiar a este pensador es que los problemas metafísicos, epistemológicos y científicos se encuentran imbrincados en un solo planteamiento-. Una de estas ideas reguladoras es la idea de la armonía universal, la idea del universo como un sistema armonioso en el que hay al mismo tiempo unidad y multiplicidad, coordinación y diferenciación de partes.[3] A esta concepción del mundo como unidad armónica le es concomitante un esfuerzo por elaborar un ars combinatoria, es decir un sistema deductivo expresable en un lenguaje simbólico universal que pusiera punto final a toda polémica o desacuerdo.[4] La expresión más explícita de estas convicciones se halla condensada en el principio de continuidad según el cual todo el universo está relacionado en virtud de relaciones metafísicas que permiten la armonía entre lo real y lo geométrico, y que permite dar razón de cualquier realidad y acontecimiento.
            Sin embargo, la aportación leibniciana de más peso e influencia en la historia de la filosofía fue el concepto de ‘mónada’. En su concepción unitaria del universo Leibniz considera como elementos constitutivos del mismo a las sustancias y a las relaciones, en su opinión sólo las primeras son reales, las segundas –como el espacio y el tiempo- no. Por otra parte, la substancia es entendida por nuestro filósofo como actividad, ¿pero de qué clase? Para explicarlo Leibniz utiliza el concepto de mónada, sustancia simple que a manera de átomo no tiene partes pero, que a diferencia del mismo, no es extensa, cuya característica principal es la representación o percepción, términos que constituyen el cuerpo de lo que interesa para la asignatura. En sentido lato el término monada se puede aplicar a toda sustancia creada, pero le corresponde de manera más propia a las almas que tienen memoria o conciencia.
            Con esto en mente es posible exponer los conceptos clave del pensamiento leibniciano en relación con la asignatura, teniendo en cuenta que: en primer lugar, este ramaje conceptual no tiene las connotaciones epistemológicas con que frecuentemente se asocia; en segundo lugar, que estos términos clave del pensamiento leibiniciano no cuentan con un concepto designativo o un ámbito específico en que se desarrollen;  y, finalmente, que lo complicado del asunto se encuentra en que dicho ramaje conceptual anuda en sí problemas físicos, epistemológicos y metafísicos.

Expresión:[5]

            Para Leibniz expresar no significa ver, ni leer, ni representar el universo de objetos en un sentido estricto. Para este autor la expresión es un término acuñado para señalar la correspondencia entre los elementos que componen al mundo –relaciones y sustancias- y los elementos que la mónada utiliza para significarlos. En otras palabras, el término en cuestión se utiliza para designar la correspondencia entre los principios universales que rigen el cosmos y el mundo interno que conforma a la mónada. Es gracias a esta correspondencia por la que se puede decir que la mónada, aunque se encuentre aislada de cualquier influencia causal, sea un reflejo de todo el universo. [6]  En palabras de Leibniz hay expresión cuando existe una relación constante y reglada entre lo que se puede decir de una cosa y quien o que lo dice.[7]
           
            De manera consecuente a lo anterior, el hecho de que la expresión se haga patente al momento en que ocurre una ‘representación’ no indica que la expresión implique algún tipo de identidad entre representante y representado –esto imposible una vez aceptada la unidad e incomunicabilidad de las sustancias-, sino que sólo hacer ver que las partes en cuestión, por más diversas que sean, participan de una misma ley, de manera tal que siempre exista algún tipo de correspondencia entre ellas sin que sea necesaria una influencia entre una y otra; lo único realmente necesario para el conocimiento de la realidad es pensar de la manera más simple que se pueda.

            La llave de bóveda que posibilita el desarrollo de estas ideas es el paralelismo de leyes instituido desde la eternidad por la armonía preestablecida. Esto de suma importancia para la asignatura, por que el conocimiento ya no surgirá de la relación adecuada entre un sujeto y un objeto, sino de la espontaneidad pura de la sustancia misma.

            En resumidas cuentas el concepto ‘expresión’ es el género supremo que abarca bajo su extensión otros conceptos de relevante importancia para la asignatura, a saber,  ‘percepción’ y ‘apetito’.

Percepción:
             
            Por ‘percepción’ se entiende la especie privilegiada de ‘expresión’. Concretamente es un estado de la mónada que envuelve o representa lo externo (pluralidad) en lo interno (unidad),  lo compuesto en lo simple, la multitud en la unidad.[8]
Lo característico de este estado es ser actividad pura de la sustancia, esto lo demuestra Leibniz argumentando que no es necesaria la presencia de un objeto para producir su representación.

            Debe tenerse presente que el termino ‘percepción’ no cuenta con las connotaciones epistemológicas con las que comúnmente se asocia, antes bien es un concepto de carácter metafísico pues apunta a la actividad propia de toda sustancia. Así las cosas, es posible decir que cada sustancia simple posee percepción, y más aún, que la forma particular de ser de cada sustancia está determinada por la ley perpetua que origina la sucesión de percepciones que le afectan. Tan intrínseca es esta actividad de la mónada que incluso la representación del cuerpo que les es asignado a la misma surge precisamente de  dicha ley perpetua con la que se encuentra marcada. Esta ley perpetua aparece nuevamente como el medio a través del cual la mónada refleja el universo entero sin necesidad de recibir ninguna influencia física del cuerpo.[9]

            Finalmente debe indicarse que este concepto es tan relevante en el sistema leibniciano que el principio por el cual se jerarquizan las mónadas es precisamente el grado de percepción que presentan,[10] de donde se sigue que la percepción misma se encuentra graduada en los niveles de la jerarquía monádica, el grado más alto lo ocupa la ‘percepción clara’ ó ‘distinta’ que le corresponde sólo a Dios; el grado más ínfimo lo ocupan las ‘pequeñas percepciones’ o ‘percepciones confusas’[11] más allá de las cuales no pueden extenderse los seres inanimados.

Apetito o actuación:

Leibniz no se cansa de repetir que el influjo entre las sustancias es imposible, pero tampoco se cansa de decir que ser es actuar, esta actividad debe recaer en el interior de la propia sustancia y por lo tanto debe circunscribirse a la percepción. Así las cosas es posible definir la apetición como la característica de la percepción para transformarse en otra, es decir, mover la atención del sujeto hacia diversos objetos, lo que en otras palabras es lo mismo que hacerlo volente.[12]

            Este concepto es sumamente relevante pues Leibniz anuda, nuevamente, en él problemas de diversas ramas, en el caso muy particular del apetito se vale de una noción de carácter epistemológico para responder a un problema propio de la ontología. Esto porque en el sistema leibniciano el cambio y el movimiento son provocados por el aumento o disminución en el grado de claridad o confusión en la percepción de una mónada, es decir, el cambio es provocado por el hecho de que una mónada perciba más o menos perfectamente,[13] lo que explica de manera coherente la jerarquización de las sustancias a partir de la percepción.  Así las cosas actuar o apetecer es percibir de manera más clara, mientras que padecer –ser paciente- es percibir de manera confusa.[14]
           
            Finalmente, considerando el paralelismo de leyes o instituido por la armonía preestablecida -mencionado constantemente a lo largo del texto- debe sumarse el hecho de que la capacidad de actuar propia de cada mónada está determinada por el lugar en la serie de las mónadas que ocupe según el orden o armonía preestablecidos.[15]

Apercepción:

En la jerarquía de las sustancias instaurada por la armonía preestablecida, el grado más alto lo ocupa la mónada aperceptiva.[16] La apercepción es la capacidad de la mónada de ser consciente de sus propias percepciones, la apercepción es por esto autoconciencia.[17] En Leibniz la apercepción se distingue radicalmente de las percepciones confusas propias de las mónadas desnudas que se encuentran en estado de aturdimiento.

Verdades de razón y verdades de hecho:[18]

            La distinción entre verdades de hecho y verdades de razón es la misma que puede establecerse entre las proposiciones necesarias (o necesariamente verdaderas) y las proposiciones contingentes. Las primeras son aquellas que no pueden ser negadas sin caer en contradicción, las segundas son aquéllas en las que la negación no es signo de contradicción. Las verdades de razón son de gran utilidad para expresar la necesidad al momento de deducir relaciones necesarias en la naturaleza porque son reductibles a principios indemostrables, como el de no contradicción; las segundas implican una serie infinita de causas y por los mismo una irreductibilidad a principios indemostrables. Ahora bien, debe subrayarse una vez mas que si las verdades de razón son posibles es precisamente por la existencia de una ley a la que se encuentran sometidas todas las mónadas –que independientes entre sí conviven en una eterna armonía preestablecida- y que por lo que para valerse de ella sólo es necesario su análisis, o su resolución en ideas más simples. Esta es la más clara expresión del racionalismo puro.

            Finalmente añade que lo que caracteriza al hombre de las bestias es el conocimiento de las verdades de razón necesarias y eternas, pues ellas son el cimiento de las ciencias, la condición que posibilita el autoconocimiento y el conocimiento de Dios.[19]







[1]N.B. Lo importante de estos trabajos de corte matemático en relación con la asignatura  es la de-sustancialización de los conceptos espacio y tiempo. Desde una perspectiva ‘realista’ estos existen como condiciones o cualidades concretas en las cosas que anteceden al conocimiento de las mismas, en Liebniz esto ya no es así; el descubrimiento del cálculo infinitesimal hace que dichos conceptos sean solo la expresión de ciertas relaciones de orden en el ámbito racional, preconizando así el planteamiento Kantiano de la estética trascendental, en la que ambos conceptos aparecen sólo como formas puras de la sensibilidad. En relación con la influencia de Leibniz en el sistema de Kant debe mencionarse que la filosofía de Leibniz fue simplificada por Wolff, y que por ello el mismo Kant estaba inmerso en ella hasta que Hume le despertó del sueño dogmatico. Aún así la filosofía crítica de Kant se encuentra impregnada de muchas ideas leibnicianas. Esta nota y la reseña biográfica que aparece en el cuerpo del texto  fueron tomadas de: BROAD, C., Leibniz. An introduction, Cambridge University Press, Great Britain,  1975, pp. 1-5.
[2] N.B. Para Leibniz  la naturaleza nada hace en vano y todas las cosas tratan de evitar su propia destrucción, pero como en la naturaleza no hay realmente ni sabiduría ni apetito alguno, ese bello orden resulta del hecho de que la naturaleza es el reloj de Dios, que quiere lo más armonioso. Así las cosas las relaciones que se tienden entre todas las sustancias están determinadas por el ingeniero soberano y Dueño de toda la armonía. BELAVAL, Y., La filosofía alemana de Leibniz a Hegel, Siglo XXI, México, 1977, p. 33.
[3] BELAVAL, Y., La filosofía alemana de Leibniz a Hegel, Siglo XXI, México, 1977, pp. 26.
[4] Cfr. FERRATER, J.,  Diccionario de filosofía t. III, Ariel, Barcelona, 1994,  Voz: Leibniz, Gottfried Wilhelm.
[5] Cfr. LUNA, M., La ley de continuidad en G. W. Leibniz, Universidad de Sevilla, Sevilla, 1996, pp. 161-163.
[6] Cfr. LEIBNIZ, G. W., Monadología, Pentalfa, Oviedo, 1981, § 7 y §  56.
[7] Cfr.  Lebniz a Arnauld, IX-1687, GP II, 112, en: LUNA, M., op. cit., p. 162.
[8] Cfr. Leibniz a Rud. Christ. Wagner, 4-VI-1710, GP VII, 529, en: LUNA, M., Op. Cit., p.163. Además: LEIBNIZ, G. W., Monadología,  § 14.
[9] Cfr. Leibniz, Teodicea, 1710, § 291, GP  VI, 289-290, en: LUNA, M., Op. Cit., p. 165.
[10] N.B. En el parágrafo número VII de la Monadología la mónada aparece tan independiente que Leibniz la describe como carente de ‘ventanas’ – es prudente recordar que esto lo realiza con la finalidad de salvaguardar la unidad de la sustancia-. Esto trae consigo una complicación, pues si la mónada no puede ser afectada por alguna causalidad externa ¿cómo es posible que la actividad propia de la misma sea precisamente la ‘percepción’?  Sin embargo este argumento no es irresoluble, porque  puede ser que las ventanas sean entendidas de dos formas: por una parte, como agujeros a través de las cuales se puede mirar el resto del mundo; por otra, como agujeros a través de los cuales las influencias causales del resto del mundo pueden colarse hacia dentro –de donde surge la problemática-. Muy a pesar de esta lectura modalizada de la Monadología, en Leibniz el conocimiento verdadero por excelencia sólo puede surgir de una serie de actos internos de cada mónada, predispuestos por la armonía preestablecida, de aquí que la mónada sea el reflejo de todo lo que acontecerá en el universo, y que el sujeto se encuentre directa, pero inconscientemente, familiarizado con todas y cada una de las mónadas, no en función de lo que ellas causen en él, sino en función de dichos principios internos. Tan radical es esta postura que el mismo alemán cree que la percepción que se lleva a cabo dentro de cada mónada se mantendría sin alteración incluso si todas las demás fueran aniquiladas. Cfr. BROAD, C., op. cit., pp. 142-143.  Además: LEIBNIZ, G. W., Monadología,  § 11.
[11] N.B. La presencia de las ‘pequeñas percepciones’ abre paso a la posibilidad del inconsciente, porque ésta implica una actividad continua e ininterrumpida del alma humana que al momento de no contar con una ‘percepción clara’, como en el sueño, deberá verse activada de manera confusa por este tipo de percepciones. Cfr. LUNA, M., Op. Cit., p. 166.
[12] Cfr. LUNA, M., Op. Cit., p. 167.
[13] Cfr. LUNA, M., Op. Cit., p. 171. Además: LEIBNIZ, G. W., Monadología,  § 49.
[14] Cfr., LUNA, M., op. Cit.p. 171;  CORETH, E., et al., Op. Cit., p. 58;  LEIBNIZ, G., W., Monadología, § 15.
[15] N.B. Para complementar el esquema delimitado por percepción y apetito hay que añadir lo siguiente: 1) respecto a la percepción: un par de nociones relevantes son la claridad y la confusión, la claridad corresponde al reconocimiento de de una cosa entre otras a través de la enumeración de sus diferencias y propiedades, la confusión es lo opuesto. 2) respecto a la apetición: según el grado de claridad o confusión que se alcance en ls percepciones de cada nivel de la jerarquía monádica se determinará el nivel de actividad o pasividad de las sustancias que forman parte de dicho nivel. Así las cosas la mónada activa y volente por excelencia es Dios, aunque en el ámbito de las sustancias creadas este lugar lo ocupa la mónada  aperceptiva, el hombre. Cfr. LUNA, M., op. cit., pp. 164-166.
[16] N.B. Las mónadas se jerarquizan de la siguiente manera: 1) mónadas desnudas, que tienen percepción sin ningún grado de conciencia, es decir con percepción completamente confusa; 2) mónadas  cuya percepción esta acompañada de memoria y cierto grado de conciencia; y 3) mónadas aperceptivas, cuya característica principal es la autoconciencia. Cfr.  LEIBNIZ, G. W., Monadología, pp. 95 [pie de página numero 102.
[17] Cfr. CORETH, E., et al., La filosofía de los siglos XVII y XVIII, Herder, Barcelona, 1986, p. 58.
[18] Cfr. LEIBNIZ, G. W., Monadología, § 33.
[19] Cfr. LEIBNIZ, G. W., Monadología,  § 29.

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