Gottlob Wilhelm Liebniz
Filósofo alemán nacido en Leipzig el 21 de enero de 1646, hijo de un abogado y profesor de filosofía. A decir verdad, su carrera académica inició a muy temprana edad, pues entro a la Universidad de Leipzig a la edad de 15 años, lugar donde presentó en 1663 su tesis De principio individui. De 1663 a 1667 estudió matemáticas y jurisprudencia en Altdorf. Una de las etapas más importantes de su vida fue el período de viaje que tuvo lugar durante los años: es precisamente en este tiempo en el que termina de consolidarse su amor por las matemáticas gracias a Christian Huyghens, y en el que hace importantes lazos con personajes como Collins el amigo de Newton; Etienne Périer, sobrino de Pascal que le confía algunos textos inéditos de su tío; Malebranche, Tschirnhaus, Spinoza y Leeuwenhoek. Cambia el mecanicismo frío por la dinámica y además abraza la firme convicción de que en la óptica la luz sigue la trayectoria marcada por el mejor de los caminos posibles, fundando así los gérmenes de su idea del mejor de los mundos posibles. Muere el año de 1716. Antes de iniciar con lo propio de la asignatura será conveniente introducir a vuelo de pájaro el sistema leibniciano. Lo sorprendente del pensamiento de Liebniz es la continuidad en el desarrollo de su sistema, es decir, una idea se transforma, se concilia, con nuevas ideas, pero jamás es abandonada, a pesar de la pluriformidad casi ecléctica de su pensamiento –de hecho, lo complicado de estudiar a este pensador es que los problemas metafísicos, epistemológicos y científicos se encuentran imbrincados en un solo planteamiento-. Una de estas ideas reguladoras es la idea de la armonía universal, la idea del universo como un sistema armonioso en el que hay al mismo tiempo unidad y multiplicidad, coordinación y diferenciación de partes. A esta concepción del mundo como unidad armónica le es concomitante un esfuerzo por elaborar un ars combinatoria, es decir un sistema deductivo expresable en un lenguaje simbólico universal que pusiera punto final a toda polémica o desacuerdo. La expresión más explícita de estas convicciones se halla condensada en el principio de continuidad según el cual todo el universo está relacionado en virtud de relaciones metafísicas que permiten la armonía entre lo real y lo geométrico, y que permite dar razón de cualquier realidad y acontecimiento. Sin embargo, la aportación leibniciana de más peso e influencia en la historia de la filosofía fue el concepto de ‘mónada’. En su concepción unitaria del universo Leibniz considera como elementos constitutivos del mismo a las sustancias y a las relaciones, en su opinión sólo las primeras son reales, las segundas –como el espacio y el tiempo- no. Por otra parte, la substancia es entendida por nuestro filósofo como actividad, ¿pero de qué clase? Para explicarlo Leibniz utiliza el concepto de mónada, sustancia simple que a manera de átomo no tiene partes pero, que a diferencia del mismo, no es extensa, cuya característica principal es la representación o percepción, términos que constituyen el cuerpo de lo que interesa para la asignatura. En sentido lato el término monada se puede aplicar a toda sustancia creada, pero le corresponde de manera más propia a las almas que tienen memoria o conciencia.
Con esto en mente es posible exponer los conceptos clave del pensamiento leibniciano en relación con la asignatura, teniendo en cuenta que: en primer lugar, este ramaje conceptual no tiene las connotaciones epistemológicas con que frecuentemente se asocia; en segundo lugar, que estos términos clave del pensamiento leibiniciano no cuentan con un concepto designativo o un ámbito específico en que se desarrollen; y, finalmente, que lo complicado del asunto se encuentra en que dicho ramaje conceptual anuda en sí problemas físicos, epistemológicos y metafísicos.
Para Leibniz expresar no significa ver, ni leer, ni representar el universo de objetos en un sentido estricto. Para este autor la expresión es un término acuñado para señalar la correspondencia entre los elementos que componen al mundo –relaciones y sustancias- y los elementos que la mónada utiliza para significarlos. En otras palabras, el término en cuestión se utiliza para designar la correspondencia entre los principios universales que rigen el cosmos y el mundo interno que conforma a la mónada. Es gracias a esta correspondencia por la que se puede decir que la mónada, aunque se encuentre aislada de cualquier influencia causal, sea un reflejo de todo el universo. En palabras de Leibniz hay expresión cuando existe una relación constante y reglada entre lo que se puede decir de una cosa y quien o que lo dice.
De manera consecuente a lo anterior, el hecho de que la expresión se haga patente al momento en que ocurre una ‘representación’ no indica que la expresión implique algún tipo de identidad entre representante y representado –esto imposible una vez aceptada la unidad e incomunicabilidad de las sustancias-, sino que sólo hacer ver que las partes en cuestión, por más diversas que sean, participan de una misma ley, de manera tal que siempre exista algún tipo de correspondencia entre ellas sin que sea necesaria una influencia entre una y otra; lo único realmente necesario para el conocimiento de la realidad es pensar de la manera más simple que se pueda.
La llave de bóveda que posibilita el desarrollo de estas ideas es el paralelismo de leyes instituido desde la eternidad por la armonía preestablecida. Esto de suma importancia para la asignatura, por que el conocimiento ya no surgirá de la relación adecuada entre un sujeto y un objeto, sino de la espontaneidad pura de la sustancia misma.
En resumidas cuentas el concepto ‘expresión’ es el género supremo que abarca bajo su extensión otros conceptos de relevante importancia para la asignatura, a saber, ‘percepción’ y ‘apetito’.
Percepción:
Por ‘percepción’ se entiende la especie privilegiada de ‘expresión’. Concretamente es un estado de la mónada que envuelve o representa lo externo (pluralidad) en lo interno (unidad), lo compuesto en lo simple, la multitud en la unidad. Lo característico de este estado es ser actividad pura de la sustancia, esto lo demuestra Leibniz argumentando que no es necesaria la presencia de un objeto para producir su representación.
Debe tenerse presente que el termino ‘percepción’ no cuenta con las connotaciones epistemológicas con las que comúnmente se asocia, antes bien es un concepto de carácter metafísico pues apunta a la actividad propia de toda sustancia. Así las cosas, es posible decir que cada sustancia simple posee percepción, y más aún, que la forma particular de ser de cada sustancia está determinada por la ley perpetua que origina la sucesión de percepciones que le afectan. Tan intrínseca es esta actividad de la mónada que incluso la representación del cuerpo que les es asignado a la misma surge precisamente de dicha ley perpetua con la que se encuentra marcada. Esta ley perpetua aparece nuevamente como el medio a través del cual la mónada refleja el universo entero sin necesidad de recibir ninguna influencia física del cuerpo.
Finalmente debe indicarse que este concepto es tan relevante en el sistema leibniciano que el principio por el cual se jerarquizan las mónadas es precisamente el grado de percepción que presentan, de donde se sigue que la percepción misma se encuentra graduada en los niveles de la jerarquía monádica, el grado más alto lo ocupa la ‘percepción clara’ ó ‘distinta’ que le corresponde sólo a Dios; el grado más ínfimo lo ocupan las ‘pequeñas percepciones’ o ‘percepciones confusas’ más allá de las cuales no pueden extenderse los seres inanimados.
Apetito o actuación:
Leibniz no se cansa de repetir que el influjo entre las sustancias es imposible, pero tampoco se cansa de decir que ser es actuar, esta actividad debe recaer en el interior de la propia sustancia y por lo tanto debe circunscribirse a la percepción. Así las cosas es posible definir la apetición como la característica de la percepción para transformarse en otra, es decir, mover la atención del sujeto hacia diversos objetos, lo que en otras palabras es lo mismo que hacerlo volente.
Este concepto es sumamente relevante pues Leibniz anuda, nuevamente, en él problemas de diversas ramas, en el caso muy particular del apetito se vale de una noción de carácter epistemológico para responder a un problema propio de la ontología. Esto porque en el sistema leibniciano el cambio y el movimiento son provocados por el aumento o disminución en el grado de claridad o confusión en la percepción de una mónada, es decir, el cambio es provocado por el hecho de que una mónada perciba más o menos perfectamente, lo que explica de manera coherente la jerarquización de las sustancias a partir de la percepción. Así las cosas actuar o apetecer es percibir de manera más clara, mientras que padecer –ser paciente- es percibir de manera confusa.
Finalmente, considerando el paralelismo de leyes o instituido por la armonía preestablecida -mencionado constantemente a lo largo del texto- debe sumarse el hecho de que la capacidad de actuar propia de cada mónada está determinada por el lugar en la serie de las mónadas que ocupe según el orden o armonía preestablecidos.
Apercepción:
En la jerarquía de las sustancias instaurada por la armonía preestablecida, el grado más alto lo ocupa la mónada aperceptiva. La apercepción es la capacidad de la mónada de ser consciente de sus propias percepciones, la apercepción es por esto autoconciencia. En Leibniz la apercepción se distingue radicalmente de las percepciones confusas propias de las mónadas desnudas que se encuentran en estado de aturdimiento.
Verdades de razón y verdades de hecho:
La distinción entre verdades de hecho y verdades de razón es la misma que puede establecerse entre las proposiciones necesarias (o necesariamente verdaderas) y las proposiciones contingentes. Las primeras son aquellas que no pueden ser negadas sin caer en contradicción, las segundas son aquéllas en las que la negación no es signo de contradicción. Las verdades de razón son de gran utilidad para expresar la necesidad al momento de deducir relaciones necesarias en la naturaleza porque son reductibles a principios indemostrables, como el de no contradicción; las segundas implican una serie infinita de causas y por los mismo una irreductibilidad a principios indemostrables. Ahora bien, debe subrayarse una vez mas que si las verdades de razón son posibles es precisamente por la existencia de una ley a la que se encuentran sometidas todas las mónadas –que independientes entre sí conviven en una eterna armonía preestablecida- y que por lo que para valerse de ella sólo es necesario su análisis, o su resolución en ideas más simples. Esta es la más clara expresión del racionalismo puro.
Finalmente añade que lo que caracteriza al hombre de las bestias es el conocimiento de las verdades de razón necesarias y eternas, pues ellas son el cimiento de las ciencias, la condición que posibilita el autoconocimiento y el conocimiento de Dios.